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    2019-05-22


    VIII. Si atendemos Caspase-6 Fluorometric Assay Kit que Pablo del Prado en su Directorio espiritual, todavía en el año de 1650, incorporaba numerosas oraciones para la comunión espiritual indígena, junto a recomendaciones sobre la exclusión de la efectiva, no parece probable que se alcanzara nunca una normalización del hecho, al menos en el virreinato peruano. Sin duda, el III Concilio no había arreglado las cosas. Al contrario, más bien se hizo testigo de la contradicción vigente, ya que en los sermones traducidos al quechua de su Catecismo, se introdujo lo que a todas luces era una pregunta retórica, pero dimanada como naturalmente de la negación: ¿cómo defender los beneficios eucarísticos y a la vez vedar la completa participación en los mismos? Problema éste que ocupa el corazón de las prédicas y que exigirá del sacerdote todo un ejercicio de habilidad oratoria, hasta el punto que continúa centrando la homilética de indios en el xvii y reproduciéndose literalmente en los tardíos sermones del criollo Avendaño: “Decirme heys, pues Padre, ¿cómo a nosotros, los Indios, no nos dan ese Sacramento, siendo Cristianos bautizados? IESV CHRISTO no mandó que a todos se diese su cuerpo? No dijo que el que no comiere de él morirá para siempre?” Aparte de que el astuto cambio de lugar de la partícula negativa —del no morir para siempre de los que comulgan al morir seguro de los que no lo hacen—, añade rotundidad a la admonición, los sermones que se dedican a enunciar el sacramento incrementan intencionadamente lo incomprensible de su asunto, la porción más oculta y oscurantista del enigma, mediante anacolutos, oxímoros, aporías, aprioris y toda la mecánica estilística de la retórica de lo inconmensurable, incurriendo en excesos dialécticos, arriesgadas similitudes, y argumentaciones contrarias que, circulando entre la exaltación y el nefas, revelen por un lado la condición transformadora de la Eucaristía y por otro cimienten sin resquicios su veto razonado. Lo interesante es que el propio predicador parece consciente de la dureza alegórica y casi mostrenca en que, para sostener estas dos finalidades, la oratoria de indios incurre. Ávila se siente obligado a zebroid dulcificar las connotaciones y avisar de que, sin matarlo previamente, el sacerdote u otro comulgante cualquiera comen con reverencia lo que no deja de entrañar su poco de escándalo, “porque terrible cosa es comer un hombre a otro, entero i viuo”.
    IX. Por tanto, la homilía del Corpus debe desplegar una compleja, una doble ingeniería de la mirada, ingeniería dialéctica y de trampantojo, reclamando a sus cristianos nuevos la adhesión fideísta a un Jesús figurado en la circularidad de la hostia y la intelectiva traducción permanente de una en el otro, pero a la vez la aceptación de una prohibición que impide el pleno acceso a lo creído. La ambivalente maquinaria pretende por un lado generar expectación y deseo, al argumentar prodigios; por la otra, justificar sus ordenados esquemas de conducta, razonando interdicciones. Veámoslo en todo lo intrincado de este proceso dúplice. El sacerdote pide de su doctrina indígena calidades de hermeneuta sagaz que vea al Mesías cristiano bajo las especies consagradas, como veríamos al “mesmo Rey”, aunque estuviera frente a nosotros no “de la propia manera”, sino “envuelto y rebozado con una capa, que le cubriera”. Puesto que la cuestión se presta a traslaciones heréticas y a mudanzas de riesgo, se trata de proceder con exquisita cautela y de estimular en los catecúmenes una competencia de traductores avezados que pueden, en efecto, descifrar un significado, la carne de Cristo, en un significante como la forma consagrada en la que se nos comunica. De otro modo, se despierta el fantasma de lo que para Bertonio en su Arte y gramática de la lengua aymara supondría el empleo incorrecto de la administración eucarística, si el cuerpo transustanciado ahí acelera procesos desviados de comprensión, estimula oscuras connotaciones por parte del salvaje y hasta prácticas perversas en el interior incontrolable de sus casas, que Bertonio no se atreve ni a insinuar: