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  • A la segunda traducci n Las sorprendentes

    2019-04-29

    A la segunda traducción, “Las sorprendentes aventuras del Barón de Munchausen”, dedicada p97 un público infantil, llegué por el anuncio previo a la edición especial que El Tiempo preparó, el 7 de agosto de 1935, para celebrar “el ensanche de sus talleres”. Así aparece reseñada la sección del suplemento dedicada a los lectores infantiles del diario bogotano:
    Una polémica entre traductores Probablemente, mientras traducía China en armas, Owen leyó y reseñó la traducción de El diablo en el cuerpo de Raymond Radiguet, hecha por Ángel Samblancat. Aun cuando aquél se dedica a perorar sobre la vida y la obra de Radiguet, a partir de los testimonios de Cocteau, al final de la reseña hay una serie de reparos contra la traducción de Ángel Samblancat que desatará una breve, pero significativa, polémica desconocida:
    Esta valoración trajo como consecuencia la irónica, y muy airada, respuesta del “ofendido” traductor de Radiguet. Owen, acaso, se hallaba preparando su vuelta a Colombia y pudo apenas enterarse de la carta que Samblancat envió a Barreda, provocadora desde la misma fecha, “a 18 Floreal de 1944”. Aunque parezca muy extensa, reproduzco íntegramente la misiva aparecida bajo el rótulo “Una carta de traductor”, pues si bien Samblancat la envía al “Sr. Director de El Hijo Pródigo”, también entabla un diálogo indirecto con otro traductor experimentado:
    Como respaldo a uno de sus colaboradores, en seguida de esta carta, y en la misma página, se reproduce una “Respuesta de EHP” que suena más a ironía que a respuesta:
    Este artículo sobre Owen, traductor, como se aprecia, ha buscado, siquiera con sobriedad, saldar una deuda pendiente con Owen, en particular, y con la literatura mexicana, en general: me pregunto por qué las obras de un escritor no incluyen los productos de su labor mediadora como traductor, mientras sus textos críticos merecen un valor preponderante junto a la obra literaria propiamente dicha. Aun cuando resulta imposible hacer un seguimiento puntual de la influencia de las obras traducidas por un autor determinado, en este caso Owen, considero que su repercusión debe enmarcarse, primero, en las publicaciones que le dan cabida y, luego, dentro de la disputa por los espacios simbólicos en que se inscriben sus traducciones. En ese sentido, las mediaciones owenianas adquieren una relevancia incontestable, pues se hallan en el centro de las disputas ideológicas y literarias de los años veinte, y aun posteriores, que configuraron el devenir de la literatura mexicana moderna.
    Una identidad provisional para la poesía mexicana más reciente No voy a entrar en la discusión teórica sobre el concepto de “generación” por una buena razón: otros lo han hecho muy bien y con excelentes resultados; hoy podemos acercanos al problema desde una perspectiva eminentemente teórica, como la de Eduardo Mateo Gambarte, o desde ingeniosas propuestas prácticas como la iniciativa de Gabriel Zaid en su , donde ya se advierten muchos de los problemas que se intentarían solucionar después, hasta llegar a los esfuerzos multiplicados en ejercicios críticos bien calculados, en ocasiones atrevidos, como los de Evodio Escalante (1985), Gustavo Jiménez Aguire, Ernesto Lumbreras y Hernán Bravo Varela, Rodolfo Mata (2004 y 2006), Samuel Gordon (129-133), Julián Herbert (2010: 20-23), Malva Flores (81-195) o Maricela Guerrero (83-94) (aunque es bien cierto que, en muchos de los casos, se refieren a thecodonts promociones anteriores a la que trato aquí). El camino del empirismo ofrece resultados probados; por el contrario, la definición teórica de una generación fracasa por su enorme grado de generalización (y por escepticismo y hasta rechazo de los propios miembros; por ejemplo, Maricela Guerrero: 83-85). Encontrar los perfiles de una generación, por supuesto, no resulta sencillo: al estar constituida por poetas que publican su primer libro durante la década del 2000, nacidos en su mayoría alrededor de 1975-1985, representan la siguiente generación al grupo que ya Samuel Gordon había identificado en 2004 por p97 su trabajo individual, su dispersión geográfica, su variedad de estéticas, su pluralidad ideológica y, en suma, por una “similitud de lo disimilar” (Gordon: 138-140). Por otro lado, sería de esperar que el fenómeno de sobrepoblación poética que advertía Gabriel Zaid en la Asamblea de poetas jóvenes de México (1980: 12 y Lumbreras y Bravo Varela: 18-19) se haya agudizado y que el panorama de dispersión esbozado por Gustavo Jiménez Aguirre solo se haya vuelto más abigarrado, ante la falta de una voz hegemónica expresada en los formatos de una antología poética o una revista influyente, situación que comparten con los poetas de generaciones previas (74-75). Resulta difícil un censo de poetas (aunque la Coordinación Nacional de Literatura del inba o de Conaculta probablemente cuente con las herramientas para hacerlo) y volver a trillar sobre un concepto ingenioso como el de asamblea de poetas pergeñado por Zaid en 1980 parece imposible ante el número de publicaciones. Crear un canon a partir de muchos primeros libros de poemas tampoco resuelve las cosas; no hay que olvidar que el canon es la mejor herramienta para NO leer. Un canon señala los libros que debemos leer, pero rápidamente nos distrae de todo lo demás. Esto, sin perder de vista que en México el canon poético se origina en los mismos poetas y solo después es respaldado por la crítica (Stanton 2001: 53). Un ejercicio posible sería el de leer un corpus de las antologías de poesía mexicana actual, aunque en la práctica resulta irrealizable por la multiplicación de antologías (Julián Herbert se refiere a las “multitudinarias, ilegibles antologías que aparecen con regularidad casi hemerográfica” para documentar la presencia de los nuevos poetas; 2010: 20), por las suspicacias que despierta la disparidad de criterios de selección, a menudo extrapoéticos, y por las semejanzas entre ellas (Fernández Granados se refiere a un “laboratorio clónico”; 2008). Una crítica seria e informada, que reseñara los libros como aparecen, sería una solución; en México, por desgracia, el periodismo cultural resulta ineficaz ante el “ahi se va” de editores mal formados y mal informados (Zaid 2013: 59-65); en el terreno de la crítica literaria, la situación no mejora: como apunta Mario Bojórquez, el ejercicio crítico “ha sido hasta ahora sobrellevado por los propios autores” (213), lo que implica un conflicto de intereses, agravado por la existencia de un entorno mercantil (Volpi: 24-28). La crítica académica, por otro lado, despierta desconfianza en algunos sectores por su conservadurismo (por ejemplo, Julián Herbert 2010: 58-59).